Comentario
Cómo vinieron a nuestro real los cuatro principales que habían enviado a tratar paces, y el razonamiento que hicieron, y lo que más pasó
Estando en nuestro real sin saber que habían de venir de paz, puesto que la deseábamos en gran manera, y estábamos entendiendo en aderezar armas y en hacer saetas, y cada uno en lo que había menester para en cosas de la guerra; en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a gran priesa, y dijo que por el camino principal de Tlascala vienen muchos indios e indias con cargas, y que sin torcer por el camino, vienen hacia nuestro real, e que el otro su compañero de a caballo, corredor del campo, está atalayando para ver a qué parte van; y estando en esto llegó el otro su compañero de a caballo, y dijo que muy cerca de allí venían derechos donde estábamos, y que de rato en rato hacían paradillas; y Cortés y todos nosotros nos alegramos con aquellas nuevas, porque creímos cierto ser de paz, como lo fue, y mandó Cortés que no se hiciese alboroto ni sentimiento, y que disimulados nos estuviésemos en nuestras chozas; y luego, de todas aquellas gentes que venían con las cargas se adelantaron cuatro principales que traían cargo de entender en las paces, como les fue mandado por los caciques viejos; y haciendo señas de paz, que era abajar la cabeza se vinieron derechos a la choza y aposento de Cortés, y pusieron la mano en el suelo y besaron la tierra, e hicieron tres reverencias y quemaron sus copales, y dijeron que todos los caciques de Tlascala y vasallos y aliados, y amigos y confederados suyos, se vienen a meter debajo de la amistad y paces de Cortés y de todos sus hermanos los teules que consigo estaban, y que los perdone por que no han salido de paz y por la guerra que nos han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos de Montezuma y sus mexicanos, los cuales son sus enemigos mortales de tiempos muy antiguos, porque vieron que venían con nosotros en nuestra compañía muchos de sus vasallos que le dan tributos; y que con engaño y traiciones les querían entrar en su tierra, como lo tenían de costumbre, para llevar robados sus hijos y mujeres, y que por esta causa no creían a los mensajeros que les enviábamos, y demás desto dijeron que los primeros indios que nos salieron a dar guerra así como enteramos en sus tierras, que no fue por su mandado y consejo, sino por los chontales e otomíes, que son gentes como monteses y sin razón; y que como vieron que éramos tan pocos, que creyeron de tomarnos a manos y llevarnos presos a sus señores y ganar gracias con ello, y que ahora vienen a demandar perdón de su atrevimiento, y que cada día traerán más bastimento del que allí traían, y que lo recibamos con el amor que lo envían, y que de allí a dos días vendrá el capitán Xicotenga con otros caciques, y dará más relación de la buena voluntad que toda Tlascala tiene de nuestra buena amistad. Y luego que hubieron acabado su razonamiento bajaron sus cabezas y pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra; y luego Cortés les habló con nuestras lenguas con gravedad e hizo del enojado, e dijo que, puesto que había causas para no los oír ni tener amistad con ellos, porque desde que entramos por su tierra les enviamos a demandar paces y les envió a decir que los quería favorecer contra sus enemigos los de México, e no lo quisieron creer y querían matar nuestros embajadores, y no contentos con aquello, nos dieron guerra tres veces, y de noche, que tenían espías y asechanzas sobre nosotros, y en las guerras que nos daban les pudiéramos matar muchos de sus vasallos; "y no quise, y que los que murieron me pesa por ello, que ellos dieron causa a ello"; y que tenía determinado de ir adonde están los caciques viejos a darles guerra; que pues ahora vienen de paz de parte de aquella provincia, que él los recibe en nombre de nuestro rey y señor, y les agradece el bastimento que traen; y les mandó que luego fuesen a sus señores a les decir vengan o envíen a tratar las paces con más certificación; y si no vienen, que iríamos a su pueblo a les dar guerra; y les mandó dar cuentas azules para que diesen a los caciques en señal de paz; y se les amonestó que cuando viniesen a nuestro real fuese de día, y no de noche, porque los mataríamos; y luego se fueron aquellos cuatro principales mensajeros, y dejaron en unas casas de indios algo apartadas de nuestro real las indias que traían para hacer pan, y gallinas y todo servicio, y veinte indios que les traían agua y leña, y desde allí adelante nos traían muy bien de comer; y cuando aquello vimos, y nos pareció que eran verdaderas las paces, dimos muchas gracias a Dios por ello; y vinieron en tiempo que ya estábamos tan flacos y trabajados y descontentos con las guerras, sin saber el fin que habría dellas, cual se puede colegir. Y en los capítulos pasados dice el cronista Gómara que Cortés se subió en unas peñas, y que vio al pueblo de Zumpancingo; digo que estaba junto a nuestro real, que harto ciego era el soldado que lo quería ver y no lo veía muy claro. También dice que se le querían amotinar y rebelar los soldados, e dice otras cosas que yo no las quiero escribir, porque es gastar palabras, porque dice que lo sabe por información. Digo que capitán nunca fue tan obedecido en el mundo, según adelante lo verán; que tal por pensamiento no pasé a ningún soldado desde que entramos en tierra adentro, sino fue cuando lo de los arenales, y las palabras que le decían en el capítulo pasado era por vía de aconsejarle y porque les parecía que eran bien dichas, y no por otra vía, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente; y no es mucho que en los ejércitos algunos buenos soldados aconsejen a su capitán, y más si se ven tan trabajados como nosotros andábamos; y quien viera su Historia lo que dice, creerá que es verdad, según lo refiere con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó. Y dejarlo he aquí, y diré lo que más adelante nos avino con unos mensajeros que envió el gran Montezuma.